
No todo lo que está de moda es beneficioso para todas las personas. En el caso de las mujeres, el frío extremo puede ser más perjudicial que sanador.
En tiempos donde el bienestar parece estar ligado a lo “intenso” o “extremo”, muchas prácticas se popularizan sin tener en cuenta la diversidad de cuerpos y contextos. Una de ellas es el baño de agua helada, promovido como herramienta de activación, fortaleza y biohacking. Pero, ¿es realmente saludable para todos?
La realidad es que muchas mujeres no toleran bien el frío extremo, y esto no tiene nada que ver con debilidad. Es biología. El cuerpo femenino reacciona de forma diferente a las bajas temperaturas:
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Posee mayor grasa subcutánea, lo que retiene el frío y dificulta la recuperación térmica.
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Tiene menos masa muscular, reduciendo la capacidad de generar calor desde el interior.
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Presenta una circulación más reactiva, por lo que el flujo sanguíneo hacia la piel y los órganos se corta más rápidamente frente al frío.
Además, los órganos reproductivos femeninos son altamente sensibles a los cambios térmicos. La exposición prolongada al frío puede alterar el ciclo menstrual, disminuir los niveles de progesterona e incluso inhibir la ovulación.
Si a esto se suma una tendencia al hipotiroidismo —muy común entre mujeres—, la exposición al frío no solo deja de ser terapéutica, sino que puede agravar síntomas como fatiga, ansiedad, insomnio o desequilibrios hormonales.
Cuando el cuerpo se sumerge en agua helada, no lo interpreta como un estímulo saludable. Lo interpreta como una emergencia. Redirige sangre al cerebro, al corazón y a los músculos, alejándola de órganos clave como el útero o los intestinos. Todo su sistema se enfoca en sobrevivir, no en sanar.
Si ya existen síntomas como ansiedad, ciclos irregulares, perimenopausia o agotamiento, esta práctica puede ser más una forma de desconexión que de autocuidado. Una exigencia más disfrazada de resiliencia.
El cuerpo no necesita ser forzado para sanar. Necesita ser escuchado.
Tal vez lo que las mujeres necesitan no es más exposición al hielo, sino más descanso, más calor, más seguridad y más amabilidad hacia sí mismas.
Porque el verdadero autocuidado no es una moda, es un acto profundo de conexión.